sábado, 7 de junio de 2014

«El nudo.»

Caminé hasta la boscosa ladera. Estaba atardeciendo y empezaba a refrescar. Nadie me acompañaba, ni tenía intención de ello. Andaba pisando las hojas secas que había dejado, como cada año, el paso del otoño. Había oído en la aldea que unos hombres se acercaron al llano y fueron espantados por la montaña, que cantaba.  Aunque nadie la haya oído, todos en casa le tienen mucho respeto. Decidí ir y pasar la noche en la ladera, ya que al atravesar el bosque hay un prado. Tomé el material necesario y partí. Para llegar allá no hacía falta darse prisa, era un bosque pequeño y yo tenía tiempo para cruzarlo. Anduve admirando lo que la naturaleza había creado por este camino, paseando tranquilamente, sintiendo un profundo respeto a lo que me rodeaba. Tras cruzar el bosque, llegué al prado. Eran cerca de las ocho. Dejé las cosas y me puse a escuchar. El sol ya estaba terminando de ponerse rodeado de nubes grisáceas, se veía precioso. Me senté encima de mi manta a observarlo, admirada por este espectáculo diario. Encendí un fuego mientras tarareaba una canción y saqué un panecillo. Me lo comí y me tumbé en el suelo a escuchar. A escuchar si la montaña cantaba. Ya se había puesto el sol y no me encontraba muy cansada. Estuve esperando. Escuché. Escuché los sonidos del bosque cercano. La montaña, imponente, guardaba silencio. Miré a las estrellas. Me tumbé de lado y volví la vista al suelo. Me di cuenta de que había una rama curvada en el suelo y la cogí, con aire aburrido, sin saber muy bien qué hacer. Pero me di cuenta también de que no era un palo normal, que llevaba una cuerda atada a uno de sus extremos. Pronto descubrí que también estaba atada al otro. Era... ¿un arco? Sí, sí que era un arco. Lo cogí, adivinando que era muy antiguo. No se había destensado demasiado a pesar del tiempo, así que lo tensé del todo; podría serme útil. Tras tensarlo, pulsé la cuerda como si fuera un laúd, sin pensar mucho en lo que estaba haciendo. Emitió un hermoso sonido, parecido al del ya mencionado instrumento. Podías tocar música con él. En ese momento, todo encajó en mi cabeza. Lo que los guerreros habían oído eran los arcos de sus rivales, los guerreros de la tribu cercana. Sonreí para mí misma. Decidí no contar nada en la aldea, pues la historia era una tradición. Miré al cielo y vi una luz de colores cambiantes, parpadeante, pero me quedé dormida antes de que pudiera preguntarme qué era. Aquella noche soñé con guerreros, arcos y cantos de montaña.

(Se supone que hay una primera parte y una tercera, que forman parte del libro El nudo, y la segunda parte está en blanco para que escribas lo que quieras, esto nos lo mandaron hacer para lengua (x )
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